La industria inglesa, lo que fue y lo que ya no podrá ser.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, más de 250 marcas de automóviles, de todos los tamaños, lucían la bandera de Inglaterra en su placa de fabricación. Pero esos tiempos ya pasaron, y es muy probable que el “British Racing Green” nunca más recupere su resplandor.

Por Leonardo Pacheco

Desde que se inventó el motor a combustión interna y de la tracción animal se pasó a la fuerza mecánica, los británicos se vieron seducidos por el embrujo de la automoción. Y es más, en ese mismo instante entendieron que si hay dos automóviles, lo mejor es organizar una competencia para ver cuál de esas dos máquinas es la más veloz… y cuál de los conductores es el mejor.

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La pasión de los ingleses por la mecánica es casi comparable con el amor que los italianos sienten por el diseño, siendo recurrente en los patios traseros de las casas inglesas tener un pequeño taller para reparar sus propios automóviles o el de los amigos; también ahí se creaban todo tipo de vehículos extraños, con partes tomadas incluso de máquinas agrícolas.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial las calles del Reino Unido de a poco comenzaron a verse invadidas por vehículos motorizados de cuatro ruedas, compartiendo esas vías adoquinadas con carruajes y caballos, aunque a mediados de los años 20 los nobles cuadrúpedos prácticamente se habían relegado a los establos, para tomar parte en exhibiciones o cacerías; la nobleza y la clase trabajadora les halló un buen uso por supuesto.

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El tema en cuestión es que el automóvil se masificó rápidamente, aunque la mayoría de las unidades que atiborraban las calles no habían sido fabricadas en Inglaterra… sino que en Francia o Italia. ¿Qué paso entonces?, que el orgullo británico se activó y en un abrir y cerrar de ojos una amplia variedad de automóviles ingleses estuvieron a disposición de los compradores, nombres como AC, Alvis, Triumph, MG, Rolls-Royce, Jaguar, Humber, Bentley, Hillman y Morgan, entre muchos otros.

En un par de años más de 250 fabricantes de vehículos motorizados solicitaron permisos en los registros industriales de Reino Unido, constructores de todos los tamaños por supuesto, porque muchos de ellos realizaban sus actividades en pequeños talleres y su capacidad de producción no iba más allá de las 10 unidades por año; no obstante todos podían participar, así que los mecánicos y constructores aficionados tenían su espacio asegurado.

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Un poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial muchas marcas, pequeñas y con poco dinero, ya habían salido del negocio o fueron absorbidas por los más grandes. Algunos pequeños fabricantes patentaron grandes ideas, las que en momentos de crisis eran vendidas al mejor postor; esta práctica nada tiene de malo y es el ciclo natural que enfrentan los negocios.

Pero aun así al término de la 2WW se contaban casi 150 marcas, produciéndose el siguiente periodo de extinción masiva a inicios de los años 50, momento en el que la industria automotriz británica comenzó a dilucidar su futuro. Los grandes grupos surgieron como tabla de salvación para algunos y como la perdición para otros, siendo una de las compañías más poderosas la BMC (British Motor Corporation), fundada en 1952 y que bajo su alero contaba a los fabricantes Austin, Morris, MG, Riley y Wolseley.

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Todo hacía presagiar que la industria automotriz británica caería en picada en la década del sesenta, pero no fue así. Sucede que una nueva camada de ágiles deportivos ingleses comenzaron a verse por las calles, llegando incluso a cautivar a los compradores más exigentes del mundo… los estadounidenses.

Muchos combatientes regresaron a casa desde el frente europeo, y en su memoria estaban frescas las imágenes de bólidos como el MG Midget y de otros ejemplares del mismo tipo, hasta que años más tarde tuvieron el dinero para adquirir uno, aunque de una generación más reciente. El MG A se vendió como pan recién salido del horno, también el Jaguar E-Type, el Austin-Healey 3000 y el Sunbeam Alpine, automóviles que no solo ofrecían un diseño extremadamente atractivo, sino que además un desempeño muy adenalínico.

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Pero todo lo bueno tiene un final, y para esos hermosos ejemplares no fue la excepción a la regla. Las normas de seguridad y medioambientales les cerraron las puertas de su principal mercado, Estados Unidos, y una vez más la industria automotriz británica tuvo que adaptarse a esa nueva era; las pocas marcas sobrevivientes a mediados de los setenta se dedicaron a la construcción de ejemplares tipo Saloon (berlinas).

Y pasó lo inevitable, la mayoría de las marcas británicas desaparecieron quedando solo las que conocemos en la era actual, aunque con una salud bastante dañada. Jaguar, Land Rover y MINI siguen activas bajo los dineros provenientes de otras naciones, y lo mismo pasa con MG… cuyo propietario es una corporación China. Tema aparte son McLaren, Aston Martin, Bentley, Morgan, Rolls-Royce y Lotus, porque esas se mueven en un entorno muy diferente al resto.

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Lamentablemente la industria automotriz inglesa no volverá a vivir épocas como las del pasado, y es muy probable que esta situación no cambie con el correr de los años, en medio de esta metamorfosis que está experimentando el rubro de la automoción.

Solo quedan los buenos recuerdos y esos ejemplares clásicos que ruedan por ahí, automóviles de estirpe y creados para gentleman drivers, para un tiempo en el que las cosas tenían un significado y una trascendencia muy distinta a la de hoy.

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